Cuando mis hijos eran pequeños, la forma de tratarlos era como si fueran de cristal y se me pudieran romper. Los trataba con mucho cuidado, los sentía muy frágiles y al mismo tiempo les hablaba como bebés, el típico tono bobo y con ruiditos. La verdad, no estudie nada antes de ser mamá y consulte pocos libros, hacia lo que tocaba hacer y lo que veía que las personas que estaban cerca de mí hacían. También me apoye mucho en mis padres y mis suegros a que me enseñaran a ser mamá, ellos ya habían pasado por esto, la verdad es que mi esposo y yo no salimos tan mal (broma Madre). En fin, hacía lo que mejor que podía con lo que en ese momento tenía y basada en mi propia historia, como la mayoría de las mamas.
No sé en qué momento de sus vidas (porque aún están chicos) los empecé a ver y a esperar que reaccionaran como adultos, que se comporten como tal y hasta que piensen de esta manera. Sin embargo, muchas veces, yo no los trato como a cualquier otro adulto, con respeto. A veces mis reacciones son horribles y los trato como si fueran menos que yo, valieran menos o simplemente como si fueran soldados y yo su general al que le merecen respeto. Y de esto quiero hablar, del RESPETO.
Me parece que el respeto se gana tanto como se gana el amor. Si trabajas para alguien que te trata siempre como su inferior, que te exige, te habla pésimo, pero necesitas el trabajo, te tragas todo tu enojo y te aguantas, lo respetas por miedo a perder tu empleo. Sin embargo, si trabajas con alguien que te inspira, te alienta a mejorar, te impulsa, te respeta, considera tus ideas y no se siente superior a ti, entonces lo respetas de forma genuina y hasta quieres parecerte a esa persona. Pues lo mismo pasa con los hijos, cuando los tratas mal o no los respetas se quedan ahí porque no les queda de otra y te respetan por miedo no porque te admiren o se quieran parecer a ti. Sin embargo, van cerrando su corazón y aprenden que hay que satisfacer a los demás, que siempre hay alguien superior a ellos y que se les puede maltratar. Al final repiten ese mismo patrón afuera. Es como una rueda de la fortuna infinita.
Esta semana me di cuenta que no me gusta nada la forma en que se hablan mis hijos entre ellos, es más, alucino. No es que apenas notara lo mal que se tratan y cómo se hablan, sino que noté al detenerme a observar, que se hablan igual como yo les hablo a ellos cuando estoy en mi automático ¡Ouch! no saben cómo me dolió ver eso en mí, encontrarme con mi espejo de reacciones automáticas y patrones aprendidos y ver que no importan mis palabras, mis abrazos, mis sesiones juntos si mi ejemplo no es congruente.
A partir de esta auto observación fue que me di cuenta que les exijo como si fueran adultos, pero no los trato como tal. A ningún adulto que me atrevería a levantarle la voz o a amenazarlo ¿porque a mis hijos sí? Pues en principio porque abusamos del amor que nos tienen y sabemos que no se van a ir a ningún lado, porque con ellos sacamos nuestra peor versión, nuestros fantasmas y frustraciones. Nos espejean lo que de nosotros no vemos y es la única manera de darnos cuenta y trabajarlo. Cuando traes en la conciencia que sus acciones son las tuyas y no las de ellos y te haces cargo de tus propias frustraciones, como adulto no desde tu niño herido, entonces los liberas de esa carga que no les corresponde.
Lo mismo sucede con este tema de respeto, cuando me di cuenta que están repitiendo mis modos, mis formas y tratos. Lo primero que hice fue apapachar mi corazón porque no es intencional es automático, sin embargo, ya que lo vi me corresponde encargarme de esta reacción y modificarla para poder darles un ejemplo distinto. Así como no puedes enseñar a no pegar pegando, pues no puedes enseñar a respetar faltando al respeto.
La verdad es que todos tenemos mil cosas que trabajar y que modificar. La mejor manera de ser mejor mamá para mis hijos es atendiendo mis emociones, mis frustraciones y mis fantasmas. Hablar de esto con ellos también ayuda pues nos humaniza ante sus ojos. No hay mamas perfectas, no hay hijos perfectos y el camino del aprendizaje nunca termina. Yo no soy más sabia que ninguna de ustedes, ni me equivoco menos, sigo aprendiendo y la sigo regando. Todos los días son una nueva oportunidad para hacer las cosas distinto, eso es la magia de la vida, que el cambio está dentro de nosotros mismos.
Si te consuela todas lo hacemos! hay dias mejores que otros! pero si para que te den respetos los tenemos que respetar1!!!
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Muy buen artículo, a mis 68 años sigo aprendiendo. Las relaciones humanas son un constante ir , venir y aprender. Hoy en día , mis hijos , tu Karen una de ellos, aún me siguen enseñando. Los hijos son la joya más valiosa que tenemos.
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